Imaginense un agente de inteligencia artificial que trabaje junto al médico, en tiempo real, ayudando a interpretar imágenes, resultados de laboratorio, datos de wearables y notas clínicas. Un copiloto médico asistencial que no sustituye, sino que potencia su trabajo y los resultado clínicos.
Estos asistente, que se pueden llamar agentes de IA, son capaces de integrar información multimodal (de varios formatos) y aprender de cada interacción. Esto ya no es cosa del futuro y se están desarrollando, en algunos entornos, con pruebas reales. ¿Su promesa? Un diagnóstico más rápido, más preciso y adaptado al contexto del paciente.
Desde simular escenarios de comorbilidades complejas (¿es sepsis o encefalopatía hepática?) hasta asistir en la consulta de atención primaria con insights clínicos al instante, su potencial es inmenso.
Pero —y este es un pero importante— nada de esto es magia.
Muchos de los proyectos más prometedores en salud digital mueren en la fase de piloto, no porque no entregen un real valor al paciente, sino porque no pueden conectarse y adaptarse con el ecosistema de datos clínicos real.
Aquí es donde entra un componente clave que a veces suena menos glamoroso pero es absolutamente esencial: la interoperabilidad.
Si los hospitales y clínicas no cuentan con una buena infraestructura de software, ninguna solución tecnológica —por brillante que sea— podrá navegar el caos de datos fragmentados que caracteriza todos los centros asistenciales. Necesitamos un bus de interoperabilidad, basado en estándares abiertos como FHIR u openEHR, que permita que todas estas herramientas conversen entre sí, entiendan el lenguaje clínico común y operen con eficiencia.
Esto no se trata de soñar con un futuro inalcanzable. Se trata de construir desde lo que ya tenemos hoy. Podemos crear agentes que hagan mucho, incluso sin una interoperabilidad perfecta. Podemos integrarlos a flujos de trabajo de marketing, recordatorios o monitoreo remoto.
Pero si queremos que esas soluciones escalen, si queremos que tengan impacto real -en las finanzas de una clínica, en la operatividad de un hospital y, sobre todo, en la salud de los pacientes- entonces hay que hacer las cosas bien desde el inicio.
Y eso significa invertir no solo en la IA visible, sino en los cimientos invisibles que la sostienen: sistemas interoperables, datos estructurados, estándares compartidos.
Todo lo demás es secundario. El objetivo último no es tener tecnologías asombrosas. Es que el paciente reciba una mejor atención. Que el médico tenga más tiempo para escuchar. Que la clínica funcione de forma más humana y eficiente.
Ese es el verdadero valor de los agentes de IA en salud. Y esa es la oportunidad que tenemos hoy: usar el poder de la inteligencia artificial no para reemplazar, sino para re-humanizar la medicina.